miércoles, 27 de octubre de 2010

Aullando a la luna entre las montañas

Eso es lo que a una le apetece hacer después de leer El beso de una fiera (1996), de Alfredo Gómez Cerdá. Llevaba tiempo detrás de este libro, hasta que por fin me lo prestó una compañera. Había tenido la oportunidad de leérmelo años atrás (allá por el lejano 2002) en el colegio, ya que el autor iba a venir a visitarnos y a firmar ejemplares, pero los de mi clase fuimos los únicos “primos” que asistimos al evento sin libros. ¿Y por qué? Porque a nuestra profesora “se le olvidó decírnoslo”. Y ya os podéis imaginar el cuadro: los demás, con rostros sonrientes, consiguiendo dedicatorias y mientras tanto nosotros de brazos cruzados y con una cara hasta el suelo. Si queréis testigos de aquella inestimable escena, preguntádselo a mi querida amiga Nobody-chan; estuvo allí a mi lado, y ambas aguantamos aquella situación.

En fin, malos recuerdos aparte, el libro cuenta la historia de Andrés, un adolescente madrileño que deja a sus indolentes padres y se marcha a los Picos de Europa a buscar a su tío, un escritor obsesionado con los lobos, al que nunca ha visto. En León conoce a Estela, una bella y enigmática joven de la que se enamora perdidamente, pero ella oculta un secreto increíble…

elbesodeunafiera

Existen dos versiones ligeramente diferentes de esta portada. En la que yo me leí, aparece una enorme luna llena blanca sobre las montañas que la pareja de la portada (perfectamente podemos imaginar que son Andrés y Estela) observa fijamente. Por desgracia, las imágenes que he encontrado de esa portada no están en muy buenas condiciones, de modo que pongo ésta. De todas formas, la portada me gusta mucho; refleja bien la esencia del libro.

En cuanto a los personajes, puedo decir con absoluta certeza que Andrés se ha ganado mi admiración. Me encantan su sensibilidad y su carácter, que le llevan a emprender este viaje porque en su hogar no tiene nada por lo que sentir apego (sus padres van de colegas súper-modernos, cosa que él detesta, y su vida social tampoco es precisamente satisfactoria), y desea conseguir algo que le haga sentirse lleno y feliz, algo por lo que merezca la pena vivir la vida. Por este motivo, no duda en embarcarse en esta búsqueda; ya no sólo de su tío, sino también de ese “algo” que necesita. Porque seamos sinceros: ¿quién no ha sentido esta clase de vacío alguna vez y ha querido irse lejos alguna vez en busca de otra gente con la que encajar y un lugar donde sentirse a gusto? Yo misma reconozco que más de una vez me dan ganas de buscar en el exterior algo que me producía una gran nostalgia pero que no sabía qué era. Y esa sensación todavía vuelve por mi corazón de vez en cuando.

Para terminar, sólo me queda recomendar este libro a los lectores que deseen leer algo especialmente mágico y dulce, pero también que sea intimista. Y considero que estas frescas fechas otoñales, acompañadas de una manta calentita y un sofá cómodo, son estupendas para este libro. Aunque, la verdad sea dicha, yo me lo leí a finales de primavera…

Hasta la próxima página,

La Rebelde de los Libros

sábado, 16 de octubre de 2010

El bien y el mal son las dos caras de la misma moneda

Se puede llegar a esta conclusión después de leer el famosísimo relato de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde), escrita en 1886 por el escocés Robert Louis Stevenson. Di con esta novela durante la pasada Feria del Libro de Córdoba (dedicada a la novela negra), y no pude resistir la tentación.

Sin duda, muchos conocerán los puntos principales de esta obra, pero es buena idea hacer memoria de todos los detalles: el abogado Gabriel J. Utterson no ve con buenos ojos el enigmático vínculo entre su buen amigo, el amable doctor Henry Jekyll, y el extraño Edward Hyde, un hombre que es cualquier cosa menos una persona recomendable. Sin embargo, cuando Hyde asesine a sangre fría a un político muy respetado y Jekyll comience a mostrarse misteriosamente taciturno, Utterson sospechará que hay gato encerrado…

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Me habría encantado poner algún vídeo de una de las muchas adaptaciones cinematográficas de la novela, pero claro, eso habría supuesto estropear la trama, de modo que os dejo la portada de la edición que leí (la traducción es muy buena, y las escalofriantes ilustraciones no se quedan atrás).

Por otro lado, no es casualidad que esta novela aún suscite interpretaciones y se siga versionando a otros géneros artísticos (incluido el teatro musical); a lo largo de la Historia han surgido diferentes conceptos que engloban la idea de un álter ego igual a uno mismo pero con un corazón cruel y despiadado: el Genio malo (el famoso diablillo contrapuesto al angelito), el doppelgänger, el “gemelo malo”… Todos ellos ocultos en el alma humana y pugnando por salir a la luz. Hyde es uno de ellos, a pesar de haber sido creado artificialmente; además, en su juventud Jekyll cometió actos indignos de los que se arrepiente profundamente (muy presumiblemente una relación homosexual con Utterson) y que intenta reprimir por todos los medios. Jekyll intenta librarse de esa parte de sí mismo que él considera repugnante, pero no le sale nada bien, y paga las consecuencias.

Además, este libro me ha hecho recordar un reportaje que leí hace años en una revista y con el que me sentí extrañamente identificada. En ese reportaje, un psicólogo afirmaba que las personas más bondadosas y que más tratan de reprimir su parte malvada solían sufrir mucho más que los que no siempre se portaban bien, ya que el lado oscuro de los primeros a veces salía de improviso y en forma de pensamientos inconfesables y repulsivos (por ejemplo, un filántropo que se imagina a sí mismo matando a alguien) y muchos temían que esa clase de pensamientos pudieran ser señal de algún trastorno psíquico o que se estuviesen convirtiendo en depravados sin sentimientos ni decencia. Por este motivo, el psicólogo exhortaba a esta gente a reconocer la naturaleza dual del corazón humano, a mantener un equilibrio entre ambos polos y a no angustiarse por ese tipo de pensamientos. A fin de cuentas, una travesura inofensiva de vez en cuando no hace daño.

Así pues, cuando me vino a la mente aquel reportaje, no tardé en comprender que el pobre Henry Jekyll pertenecía a ese grupo y que tuviese tantas ganas de deshacerse de su lado oscuro. Pero naturalmente, teniendo en cuenta su carácter y su esfuerzo por actuar siempre haciendo el bien y conteniendo sus impulsos “malignos”, es natural que Edward Hyde sea tal y como es.

Hasta la próxima página,

La Rebelde de los Libros