Eso es lo que a una le apetece hacer después de leer El beso de una fiera (1996), de Alfredo Gómez Cerdá. Llevaba tiempo detrás de este libro, hasta que por fin me lo prestó una compañera. Había tenido la oportunidad de leérmelo años atrás (allá por el lejano 2002) en el colegio, ya que el autor iba a venir a visitarnos y a firmar ejemplares, pero los de mi clase fuimos los únicos “primos” que asistimos al evento sin libros. ¿Y por qué? Porque a nuestra profesora “se le olvidó decírnoslo”. Y ya os podéis imaginar el cuadro: los demás, con rostros sonrientes, consiguiendo dedicatorias y mientras tanto nosotros de brazos cruzados y con una cara hasta el suelo. Si queréis testigos de aquella inestimable escena, preguntádselo a mi querida amiga Nobody-chan; estuvo allí a mi lado, y ambas aguantamos aquella situación.
En fin, malos recuerdos aparte, el libro cuenta la historia de Andrés, un adolescente madrileño que deja a sus indolentes padres y se marcha a los Picos de Europa a buscar a su tío, un escritor obsesionado con los lobos, al que nunca ha visto. En León conoce a Estela, una bella y enigmática joven de la que se enamora perdidamente, pero ella oculta un secreto increíble…
Existen dos versiones ligeramente diferentes de esta portada. En la que yo me leí, aparece una enorme luna llena blanca sobre las montañas que la pareja de la portada (perfectamente podemos imaginar que son Andrés y Estela) observa fijamente. Por desgracia, las imágenes que he encontrado de esa portada no están en muy buenas condiciones, de modo que pongo ésta. De todas formas, la portada me gusta mucho; refleja bien la esencia del libro.
En cuanto a los personajes, puedo decir con absoluta certeza que Andrés se ha ganado mi admiración. Me encantan su sensibilidad y su carácter, que le llevan a emprender este viaje porque en su hogar no tiene nada por lo que sentir apego (sus padres van de colegas súper-modernos, cosa que él detesta, y su vida social tampoco es precisamente satisfactoria), y desea conseguir algo que le haga sentirse lleno y feliz, algo por lo que merezca la pena vivir la vida. Por este motivo, no duda en embarcarse en esta búsqueda; ya no sólo de su tío, sino también de ese “algo” que necesita. Porque seamos sinceros: ¿quién no ha sentido esta clase de vacío alguna vez y ha querido irse lejos alguna vez en busca de otra gente con la que encajar y un lugar donde sentirse a gusto? Yo misma reconozco que más de una vez me dan ganas de buscar en el exterior algo que me producía una gran nostalgia pero que no sabía qué era. Y esa sensación todavía vuelve por mi corazón de vez en cuando.
Para terminar, sólo me queda recomendar este libro a los lectores que deseen leer algo especialmente mágico y dulce, pero también que sea intimista. Y considero que estas frescas fechas otoñales, acompañadas de una manta calentita y un sofá cómodo, son estupendas para este libro. Aunque, la verdad sea dicha, yo me lo leí a finales de primavera…
Hasta la próxima página,
La Rebelde de los Libros
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